15 de noviembre de 2008

Arnheim se abre paso entre la bruma.

Arnheim y sus prodigios. El principio.

Una bruma persistente nos rodea. Seguimos intuitivamente el sendero zigzagueante. Mientras numerosas gotas de rocío se posan rutilantes sobre la vegetación azul del paisaje, aquel lugar se muestra ante nuestros ojos de forma descarnada y extraña. Acuden a nuestro oído notas que componen una intrigante y subyugante melodía; a nuestro olfato efluvios de un raro y dulce aroma; y a nuestra vista una nebulosa color púrpura que envuelve esbeltos árboles secos, famélicos arbustos, bandadas de aves de pelo carmesí, prados de flores incandescentes, arroyuelos de tintura argéntica... Y en medio de todo, surgen edificios de arquitectura imposible suspendidos en el aire. Los primeros rayos del sol disipan como por arte de magia esta visión irreal y fantasmagórica. Arnheim y sus prodigios se han desvanecido. Retomemos el camino secreto e inaccesible que nos llevó hasta él.

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